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martes, 1 de junio de 2010

LA EDUCACIÓN HOY Autor: José Luis González-Simancas -





LA EDUCACIÓN HOY
Autor:
José Luis González-Simancas - #001 - Categoría: Educación

[El Profesor González-Simancas ofrece en este artículo una serie de criterios fundamentales para que pueda darse una verdadera y profunda educación humana y no sólo un barniz cultural.]


Hoy día se necesita tener ideas claras sobre la educación. Si no se plantea a fondo su naturaleza, se corre el riesgo de convertirla en una tarea deformada, por no responder al fin de formar personas, considerando a la persona como un objeto biológico semejante a otros seres no racionales que no tienen libertad. A continuación, se ofrecen algunos criterios básicos.

1) La educación gira en torno a dos ejes de la vida que son los que hacen posible el crecimiento de la persona en todas sus dimensiones: la libertad y el compromiso voluntario con el bien y la verdad.

2) La educación entendida como formación lleva a ir conociendo la verdad de las cosas y a saber discernir entre lo verdadero y lo falso. En la sociedad actual, y en la educación, se ha infiltrado el relativismo ético del “todo vale”, y el hedonismo materialista que lleva a pensar que se tiene “derecho” a todo lo que a uno le complace, sin tener en cuenta los derechos ni las circunstancias de los demás. Se impone restaurar la formación humana que es de todo punto necesaria para aprender a situar cada cosa en su contexto natural y no en un contexto “contra natura”.

3) Si no se proporciona una verdadera educación, el hombre –varón y mujer-- es víctima de uno de los mayores males: la ignorancia, que conduce inevitablemente a confundir, por ejemplo, libertad con capricho egoísta e insolidario; compromiso con falta de libertad; verdad con opinión sin fundamento; bien con lo que a uno le apetece aquí y ahora.

4) Necesitamos formar a las nuevas generaciones de modo que, libre y comprometidamente, sepan situarse razonadamente, con conocimiento de causa, ante los hechos verdaderos de la vida: ante el matrimonio, la familia, los hijos, los mayores, los enfermos, los discapacitados; los pobres, los ricos, los que provienen de otros mundos y culturas, los que profesan otras religiones; es decir, ante todo ser humano, sin distinción de sexo, de clase, de raza, de cultura o de creencias, aprendiendo a ayudar a todos en lo que necesiten, con generosidad cristiana.
En definitiva, si no procedemos a educar a la juventud en esa línea, malamente podremos evitar y prevenir las pandemias que asolan nuestro mundo y se oponen directamente a la cultura de la vida: la legalización del aborto y de la eutanasia, las enfermedades de transmisión sexual, los embarazos no deseados, los maltratos de mujeres y varones, la drogadicción, la discriminación laboral, la ausencia de respeto a la persona humana en los medios de comunicación, y un largo etcétera de todos conocido.





lunes, 31 de mayo de 2010

ANÁLISIS "No es la fibra óptica, es la imaginación"


ANÁLISIS
"No es la fibra óptica, es la imaginación"
Alberto García Ferrer 27/05/2010
DIARIO EL PAÍS, ESPAÑA
Es frecuente que funcionarios poco informados y aun menos imaginativos, en ansiosa búsqueda de soluciones salvadoras y "modernas" para organizar la cultura y buscar propuestas inclusivas para los jóvenes, descubran que la solución pasa por utilizar los medios (las redes) que usan los jóvenes. Facebook, Twitter, Tuenti, MySpace. Los instrumentos y la tecnología emergen como depositarias de nuestra responsabilidad, que ahora transferimos a Internet.

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¿Se pretende que contenidos anacrónicos, iterativos, frecuentemente excluyentes -publirreportajes en muchos casos-, sólo por ser introducidos en redes operen el milagro? ¿Se pretende que la piedra filosofal -Internet- los convierta en fuente de consumo, sabiduría, inspiración y apropiación de multitudes de jóvenes? ¿No se han preguntado por los contenidos? En 1995, el gurú del mundo digital emergente Nicholas Negroponte lo expresó así: "Los nuevos servicios [pensemos en contenidos] no los proporcionará la fibra óptica, sino la imaginación".

Enfrentamos una disyuntiva: somos capaces de anticipar o al menos de acompañar, con nuestra imaginación y creatividad, los avances de las tecnologías o continuamos atados al resplandor de modelos que, si no se demuestran francamente inoperantes, por lo menos se evidencian restrictivos y excluyentes.

"Educar es prepararse para comprender". ¿Estamos preparando a nuestros jóvenes para comprender? ¿Y ese esfuerzo colectivo para comprender deja fuera a la televisión? O, dicho de otra forma, ¿podemos pensar en la educación renunciando al potencial de comunicación y creatividad de la televisión?, ¿podemos ir hacia una sociedad del conocimiento sin contar con la televisión? Con contenidos iterativos, redundantes, uniformes, ¿es posible promover la creatividad, crecer, introducir, comprender y estimular el conocimiento?

Si estamos convencidos de que es, al menos, más difícil pensar en una sociedad incluyente si excluimos a la televisión, ¿podemos permitirnos el lujo de prescindir de las oportunidades que ofrece el escenario digital para intentar crear nuevas propuestas y pensar en nuevos modelos? ¿Podemos ser capaces de reducir una portentosa invención a la multiplicación de naderías? No, la fibra no va a dotarnos de imaginación. También crea autopistas que conducen a la nada. Son los contenidos los que dotarán de sentido a la invención. Es nuestra creatividad.

Los jóvenes parecen desertar del modelo comercial y se alejan de la televisión. Pero buscan afanosamente contenidos audiovisuales: descargan 350 millones de películas, consumen millones de fotos, cuelgan y ven contenidos a través de plataformas Web 2.0, a través de las redes sociales. ¡Se niegan a someterse al pontificado de la Grilla!

Los expertos en el negocio de la televisión -programadores, directivos, teóricos del mercado audiovisual, aguerridos ejecutivos- siguen diciendo: "Esta es la televisión, este es el modelo, construido sobre el mercado publicitario, santificado por la demanda". Y estos son sus instrumentos: la parrilla (o la Grilla), los formatos, los contenidos iterativos. Fuera de este modelo la televisión parece no existir; solo manda sobre ella el mercado. ¿Estamos condenados a la eterna, a la única televisión que nos diste en el viejo paraíso?, escribiría Gonzalo Rojas.

Alberto García Ferrer es secretario general de la Asociación de Televisiones Educativas y Culturales Iberoamericanas

lunes, 24 de mayo de 2010

REFLEXIONAR, ¿AYUDA A MEJORAR LA ENSEÑANZA? Autor: José Luis González-Simancas - #427 - Categoría: Educación


Para reflexionar, es necesario hacerse más de una pregunta. Una de ellas es la que figura como título de este artículo. ¿Es posible mejorar la enseñanza poniéndose a reflexionar? Por supuesto que no, si nos quedamos en la pura reflexión.

Pero sí puede ocurrir que a los que nos hacernos esa pregunta nos lleve a descubrir que nuestro modo de enseñar, aquí y ahora, no produce los resultados que nos habíamos propuesto Y es entonces cuando cambiamos lo que sea necesario cambiar, y comenzamos a elaborar nuestro propio estilo de enseñar. Y así es como al cabo del tiempo, casi sin darnos cuenta, hemos mejorado como profesores.

No lo dudemos. La respuesta a esta pregunta es lo que ha suscitado en múltiples investigadores, y en insignes profesores que la ejercen, el ir ajustando su modo de enseñar aquí y ahora, lo que indudablemente ha ido mejorando su modo de conducirse como docentes, esto es, como personas que ayudan a que otros aprendan –los estudiantes—lo mucho que ellos han llegado a conocer trabajando con esfuerzo.

Enseñar aquí y ahora quiere decir algo decisivo a mi entender: que la enseñanza en sí misma es por naturaleza “contingente”, es decir, que por ser “praxis”, acción del que enseña y del que aprende, no necesariamente tiene que ser de un modo preciso y definido, sino que puede y debe responder a múltiples variables.

Se lo diré al lector con palabras de uno de esos profesores que han estudiado a fondo cómo ayudar a que se formen los que aspiran a ser buenos docentes: Arthur W. Combs, en una de sus, obras [1]. Nos alerta sobre la naturaleza contingente del quehacer docente de una manera sencilla, tal como se expresa en la última frase de este párrafo que subrayo en negrita:

“Lo que los profesores hacen en un momento determinado debe adecuarse a cientos de factores en cualquier situación. Los métodos didácticos deben adecuarse a los alumnos (que son enloquecedoramente diferentes y singulares), a la asignatura, al entorno, al material disponible, al ideario escolar y a sus reglas y reglamentos, y al aula de que se dispone. Deben adecuarse, así mismo, a los propósitos del profesor, a sus metas, conocimiento y experiencia, además de adecuarse a las necesidades de los alumnos, sus motivaciones y sus fines. Estos no son sino unos pocos de los más patentes factores que se deben tener en cuenta en las decisiones de un profesor una y otra vez. Para adecuarse a todas estas condiciones, los métodos que utilicen los profesores han de ser singulares y únicos (…). La búsqueda de una singularidad común es imposible por definición”

Un libro que nos ayuda a reflexionar sobre la enseñanza

Un libro reciente que nos plantea preguntas a los profesores, en general y en especial a los universitarios, es el que ha compuesto Ken Bain, después de quince años de trabajo. Lo inició a partir de la pregunta decisiva que le provocó el haber tenido unos magníficos profesores universitarios: ¿Cómo lo hicieron? Y se puso a pensar y a indagar lo que expresa en el título de su libro Lo que hacen los mejores profesores universitarios. [2]

Lo único que pretendo en este artículo es animar a su lectura. En especial a un posible profesor, del nivel o área de conocimiento que practique, y que busque una orientación concreta en arguments, porque el libro de Bain podría originar excesivos comentarios. Baste, pues, una breve referencia a tres de los aspectos que considero más adecuados para motivar su lectura. Vayamos por partes.

1. Su método de investigación

Al conocer el libro de K. Bain, lo primero que me llamó la atención, y deseo valorar en especial, es el método de investigación utilizado en este trabajo. Es esencialmente cualitativo y personal, vivo y a partir de la realidad. Se ha llevado a cabo especialmente por medio de entrevistas, observación de clases, testimonios o declaraciones de profesores y estudiantes reales, que aquí se consideran como prueba o evidencia de los hechos.

No se trabaja con un método cuantitativo, esto es, basado en datos cuantificados que se obtienen de cuestionarios, encuestas o “surveys” que luego permitan elaborar cuadros o patrones, lejanos de la realidad viva, en los que se clasifica a los profesores investigados mediante la recogida de datos y el análisis factorial subsiguiente. Presentar en abstracto, cuantitativamente, los modos, modelos o patrones de actuación docente ¿no es más adecuado para hacer reflexionar a un experto o estudioso de la enseñanza desde la perspectiva de la pedagogía “experimental”?

Por el contrario, lo que el libro de Bain ofrece al lector es la diversidad real que se da en la vida docente, de lo cual, el profesor que lo lee saca lo que ayuda a una mejor actuación en su caso, que es único, singular, y sobre el que no caben conclusiones o fórmulas rotundas, dada la contingencia esencial del acto educativo, que depende de tantos factores concretos. Son tan copiosas las referencias concretas a profesores y profesoras universitarios que si se comienza su lectura, uno se lanza hasta el final. El equipo investigador llegó a seleccionar a casi un centenar de profesores que dejaron huella en sus estudiantes durante un largo período de sus vidas e incluso llegaron a cambiarlas de rumbo, intelectual y personalmente.

2. Considerar a los estudiantes como personas y confiar en ellos

Aquí, sólo cabe un botón de muestra, en el que, por contraste, se capta gráficamente tanto el método seguido por el autor como un rasgo en el que pone toda su atención: el de que los buenos profesores no se las dan de “dioses” en su materia y en el modo de enseñarla, sino que son y se muestran humildes intelectual y personalmente, tanto en el aula como en sus conversaciones de asesoramiento a los alumnos.

Se trata ahora de lo que el autor llama una cierta “amalgama” elaborada mientras estudiaba a un determinado profesor a quien denomina Dr. Wolf. Dice así literalmente:“En todos los casos, escuchamos cosas buenas sobre el profesor Wolf y habíamos empezado a recoger información sobre su docencia. Unos cuantos estudiantes dijeron que sus clases eran “brillantes”.

Resumiendo: a pesar de sus elogios sobre lo que intelectualmente habían ganado, los investigadores encontraron después que entre las puntuaciones que los estudiantes daban a las clases del profesor, los que le daban las puntuaciones más bajas posibles oscilaban entre el 20 y el 50%.. Ante este hecho, preocupante, pasaron a escuchar a esos estudiantes que le calificaban tan bajo, y quedó claro que estaban enfadados y frustrados con él. Podría tratarse de la sempiterna crítica de los estudiantes que no se toman sus estudios realmente en serio, pero no era éste el caso, pues muchos de los detractores tenían un magnífico expediente y reputación de trabajar duro.

Conforme indagaban en este caso, una persona tras otra les fue diciendo que era arrogante, que no le importaban los estudiantes, que ridiculizaba a algunas personas en clase, que fanfarroneaba sobre los muchos estudiantes que suspendían la asignatura, y que imponía exigencias duras y arbitrarias. Incluso los que le alababan confesaron que trataba mal a algunos de la clase. Una persona llegó a decir que era “un monstruo dominante” que quería que sus alumnos supieran lo mucho que sabía y lo poco que sabían ellos. “Quería controlarlo todo” dijo otro estudiante y no estaba dispuesto a responder preguntas de los alumnos. Para él eran un reto intelectual en el que siempre ganaba la batalla ese profesor, que deseaba ser “la estrella del espectáculo”. Decía otra persona: “Me sentía como si hubiera sido juzgado y mandado a presidio”. “Parecía deleitarse intentando hacer parecer estúpidos a los estudiantes”. Les recibía en sus horas de asesoramiento, pero a menudo permanecía de pie junto a la puerta de su despacho, como diciendo “Vale, continúa así y vete ya”.

Esta descripción negativa, ¿no nos hace reflexionar sobre cómo dirigimos las clases? Bain reflexiona a continuación sobre lo habitual que es entender el oficio de enseñar como una situación en la que los estudiantes hagan lo que se les dice, y en la que el profesor ejerce su poder y no una autoridad formativa: “empuña una vara en forma de calificaciones y créditos en la clase”; o la considera como una oportunidad de exhibir brillantez en la exposición, a veces a costa de sus estudiantes. Y nos cita las palabras de una de la profesoras investigadas, Doctora en Medicina: “Lo importante es que nuestra docencia debe expresar que nuestros estudiantes nos cuestan un precio, y que hacemos lo que hacemos porque nos importan como personas y como estudiantes”.Lo único que exige otra profesora admitida en este estudio es “un fuerte lazo de crédito mutuo”, de confianza mutua, y comprometerse libremente, a fondo, con el trabajo que les proponga en el desarrollo de la materia..

3. Reflexionar sobre uno mismo como profesor

Ya he dicho al comienzo que uno de los valores encomiables del libro de Bain es el de suscitar una continua reflexión sobre nuestro propio quehacer docente, un tema que ocupa el último capítulo de su obra, que encabeza esta pregunta: ¿Cómo evalúan a sus estudiantes y a sí mismos?

Pero aquí es donde podría dar rienda suelta a mis recuerdos personales, por que a lo largo de mis años de experiencia docente con mis estudiantes universitarios, y a pesar del cotoso precio que conlleva, he utilizado los trabajos escritos por los estudiantes, individualmente o en pequeños grupos de tres o cuatro de ellos: los “ensayos” como procedimiento no sólo de evaluación sino de auténtico aprendizaje del modo de razonar, de analizar y sintetizar, y de evaluar con capacidad crítica personal, toda una serie de casos problemáticos o de teorías discutibles. Y no es otra cosa lo que propugna el estudio realizado por Ken Bain. Retar la inteligencia y la voluntad, el esfuerzo, de los estudiantes en la solución de problemas que más tarde se encontrarán inevitablemente en el ejercicio de su profesión.

¿No serían aspectos como los comentados, un estímulo suficiente para leer su proceso de indagación y las conclusiones abiertas a las que aproxima al lector en su libro?

Para terminar, sin embargo, creo que puede ayudar a lanzarse a su lectura el quedarse pensando en preguntas como las que siguen, que nos propone Bain para que nos las hagamos los profesores a nosotros mismos, y con frecuencia, si es que nos proponemos de verdad: centrarnos en el aprendizaje de los estudiantes, más que en expresar nuestro brillo de sabios o eruditos en un área de conocimiento:

  • La docencia ¿ayuda y estimula a los estudiantes a aprender de forma que consigan mejorar, en un grado importante, su modo de pensar, actuar y sentir, que sea duradero y substancial, y sin que ello les produzca el menor perjuicio?
  • ¿Vale la pena aprender la materia? ¿Es apropiada para el plan de etudios de esta carrera?
  • Mis estudiantes ¿están aprendiendo lo que se supone que enseña la asignatura?
  • ¿Ayudo y animo a lo estudiantes a aprender, o aprenden a pesar de mí?

  • ¿He perjudicado a mis estudiantes, quizá fomentando el aprendizaje a corto plazo, mediante tácticas intimidatorios, desanimándoles en vez de estimular un mayor interés por el campo de conocimiento, evitando un aprendizaje funcional para obtener un título, y que eso les lleve a no profundizar en la materia?

Conclusión

Habré logrado mi objetivo si en el artículo que aquí termina he sabido hacer lo que me proponía hacer: estimular a un posible lector o lectora para que no deje de leer la publicación de un autor que nos ayuda a reflexionar porque nos lleva a preguntarnos:¿Lo estoy haciendo bien? ¿Lo podría hacer mejor?... ¿No puedo contribuir positivamente, por mucho que me cueste, al mejor desarrollo personal de mis estudiantes, por medio de la docencia que desempeño? Siempre encontramos tiempo para lo que nos interesa de verdad. ¿Leer a Ken Bain? ¿Por qué no?